La evangelización de los pueblos recién descubiertos fue el argumento invocado por Isabel y Fernando ante Alejandro VI para obtener el monopolio misional en las nuevas tierras, a semejanza del que ya tenían sus vecinos y rivales, los portugueses en el Africa y en la India. Las bulas alejandrinas, objeto de tan diversas interpretaciones, constituyen el fundamento de la evangelización y de la creación de la Iglesia en América y al mismo tiempo van a servir para justificar la conquista y despojo y el sometimiento del Nuevo Mundo a la Corona de Castilla.
La Iglesia se organizó en relación con la Iglesia universal siguiendo los lineamentos anteriores al Concilio de Trento. Fue una organización fundada sobre el «Patronato» de los Reyes ibéricos, concebido como una cesión del Papado en materia de presentaciones episcopales y de dignidades, a cambio de apoyo fundamentalmente económico para le sostenimiento de las nacientes diócesis.
El Patronato regio consistió en el conjunto de privilegios y facultades especiales que los Papas concedieron a los Reyes de España y Portugal a cambio de que estos apoyaran la evangelización y el establecimiento de la Iglesia en América. Entre estos privilegios constaban el nombramiento de Obispo y demás dignidades eclesiásticas y la recaudación de los diezmos y otras contribuciones de los fieles.
El Patronato regio permitió que la Iglesia contara con numerosos misioneros, dispusiera de los recursos económicos y financieros necesarios y, sobre todo, facilitara su movilización y distribución. Sin embargo, tuvo también sus consecuencias funestas, como el sometimiento de la Iglesia al poder real, el aislamiento de Roma y la relajación de la disciplina eclesiástica y religiosa al debilitarse la autoridad de los Obispos y superiores religiosos. En el momento de la independencia la casi totalidad del episcopado era español y no criollo.
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